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En vivo, el Gato Barbieri se paraba canchero en el escenario, imponente como una montaña, y empuñaba el saxo como una metralleta con la cual fusilaba a su audiencia con dos horas de una emocionalidad difícil de describir. De poca o nula interacción con el público, excepto por unos ocasionales thank yous con los que intercalaba cada interpretación, le bastaba tan solo su mirada y unas sutiles levantadas de ceja de su rostro de duro para asegurar perfecta sincronía con la banda. El aire turbinado por sus pulmones no hablaba de un abuelo que se acercaba a la ochentena. Exudaba indiferencia, un capataz que hacía del saxo un látigo, a quién la magia le brotaba sin proponérselo, como si el rótulo de jazzista número 1 de la Argentina le tuviera sin cuidado. Renegó a los títulos toda la vida. Nunca le importó el reconocimiento o ser recordado luego de su muerte. Hablaba con naturalidad de su ceguera reciente, la caída de sus dientes, de la falta de dinero, de su enrevesado pasado con las drogas que tuvo un enorme costo en su carrera. Tenía la convicción de que no había que arrepentirse de nada. Los errores los consideraba parte del camino.
Vestido con un abrigo largo de colores oscuros, sombrero fedora y anteojos oscuros, su rostro apenas se lograba apreciar trás el saxo, mezcla de pudor y grandeza.
Va este sencillo homenaje al gran músico argentino, que entre otras cosas escribió la música de "El Último Tango en Paris", aunque hizo álbumes muchísimo más notables, reiteradas veces.
Su presentación "Live From The Latin Quarter 2001", puede ser vista acá.