Hace ya un siglo, la celebración del Centenario dejó al menos en Santiago, un legado urbano notable, entre lo que se cuenta la Biblioteca Nacional, el Bellas Artes, el Parque Forestal, el alcantarillado, y el alumbrado público, obras que visualizaban un futuro y que trascendieron incontables gobiernos. Hoy, el Bicentenario revela una realidad latente que se ve distinta con 33 mineros enterrados en vida por una minería que desde la remota época salitrera ha demostrado cierta tradición a la negligencia hacia los derechos laborales y al medio ambiente. Para que hablar del simbolismo de la huelga de hambre indígena, que tiñe de desaliento una celebración que viene a celebrar nuestros avances como sociedad. Lo anterior tiene todo que ver con el TURISMO, una industria que desde siempre ha disputado su materia prima tanto con la minería como con la generación eléctrica. Mientras los mercados demandan sustentabilidad, reflejado en productos eco amigables y comercio justo por ejemplo, el Chile del bicentenario parece avanzar en la dirección perfectamente contraria.
El bicentenario es un llamado a despertar. Y no está en las grandes obras públicas, está en nosotros, que redes sociales mediante evitamos la implantación de una termoeléctrica en una zona vulnerable. Está en la esperanza de los comuneros mapuches y en los 33 mineros, cuyo sacrificio debiera permitirnos ser una sociedad mejor, ojalá bastante antes del tricentenario.
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